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¡Hola!
Esta semana me quedó clarísimo algo: la inteligencia artificial no viene gratis.
Por un lado, Google nos mostró que cada pregunta que le hacemos a su IA tiene un precio oculto en agua y energía… Por otro lado, OpenAI dio un salto que parece de ciencia ficción: logró que células viejas se comportaran como jóvenes otra vez. Y mientras tanto, Meta quiso correr para ser “el rey de la superinteligencia”, pero se topó con algo que ni el dinero puede comprar: visión clara y confianza de su propio equipo.
Porque cada vez que usamos IA también dejamos una huella ambiental, aunque no la veamos. En América Latina, donde la electricidad muchas veces proviene de fuentes contaminantes y el agua es limitada, este consumo se multiplica. Entenderlo nos permite exigir más transparencia a las grandes tecnológicas y también ser usuarios más conscientes: hacer consultas más precisas, usar modelos más ligeros.
La IA no solo organiza información: ahora acelera descubrimientos en salud que antes tardaban años. Este avance puede abrir la puerta a medicamentos regenerativos y a soluciones contra enfermedades hoy sin cura. Es el tipo de innovación que transforma ciencia ficción en realidad.
Lo que pase con Meta impacta directamente en WhatsApp, Instagram y Facebook. Si logra estabilizarse, podríamos ver IAs más potentes dentro de las apps que usamos todos los días. Si no, el dominio seguirá en manos de Google, OpenAI y xAI, reduciendo la diversidad de opciones en nuestro ecosistema digital.